¿A quién voto el domingo?
Cuando se acercan unas elecciones, es muy habitual que amigos y familiares pregunten a sus “economistas de cabecera” por la situación del país. Esperan una especie de análisis objetivo que les confirme en los sesgos que todos tenemos inevitablemente. Debo reconocer que disfruto buscando aquellos datos que desmienten a mi interlocutor, cuando me toca el turno. La situación económica actual de España encaja fantásticamente con esta inocente gamberrada.
Por un lado, los datos macroeconómicos arrojan una realidad razonablemente positiva. El Gráfico 1 muestra la evolución del Producto Interior Bruto (PIB) en España en el período 2019 – 2023. El PIB del año 2019 toma el valor 100. Los datos revelan que, tras una caída notable en 2020 y una de las expansiones más lentas de Europa posteriormente, la recuperación de la producción pre-COVID es una realidad.
Además, el Gráfico 2 confirma que el crecimiento económico se está trasladando al mercado de trabajo. Con todas las salvaguardas necesarias (como la existencia del nuevo contrato fijo discontinuo), puede asegurarse que el empleo se está comportando de manera positiva. La tasa de paro en España está prácticamente en mínimos históricos, pese a ser claramente superior a la media europea.
Sin embargo, muchos ciudadanos parecen no sentir que el crecimiento esté llegando a su cartera. La percepción dominante es que lejos de ser algo más ricos, en estos años nos estamos empobreciendo a causa de la inflación. Cuando observamos los datos de salarios reales del Gráfico 3, vemos cómo en España cayeron un 5.3% en 2022, más que en Francia, Italia o Alemania. De entre los países de la Eurozona, solo Países Bajos y Grecia registraron caídas superiores. Según la OCDE, España es el país con una menor subida nominal de los salarios desde 2010 (1,08%), solo por delante de Japón (1%) y de Grecia, donde se redujeron un 1,94%.
Ningún político les diría a sus potenciales votantes que la pérdida de poder adquisitivo es una buena noticia, pero lo cierto es que puede serlo; nos permite ganar competitividad relativa e incrementar nuestra capacidad exportadora.
El Gráfico 4 confirma que, tras la crisis financiera del período 2009-2013, y gracias a nuestra mayor competitividad vía devaluación interna, nos convertimos en un país con superávit en cuenta corriente. Almost never before, como diría un anglosajón. Somos un país que no necesita de financiación exterior para crecer. Esta transformación estructural se ha dado con independencia del signo del partido gobernante.
Desde el punto de vista de la política económica, este cambio exige de una reflexión transversal a largo plazo, alejada del ruido político. Dado que ahora España es un país exportador, tendremos que apostar por una estrategia definida: o somos más baratos o somos más productivos. La primera opción implica moderación salarial. La segunda, abordar las reformas que los diferentes gobiernos llevan años postergando: educación, mercado interno, sistema fiscal, administraciones públicas...
La tentación de recurrir al gasto público para postergar las reformas indefinidamente gracias a un crecimiento languideciente tampoco parece ser la solución. El Gráfico 5 muestra la evolución de la deuda pública como porcentaje del PIB desde 2015. Por encima del 100% del PIB de manera consistente, alcanzando el 120% en 2020. El incremento de los costes de financiación derivados de las subidas de tipos de interés puede poner en peligro el margen del Estado para intervenir en la economía.
Los indicadores elegidos para apoyar un análisis económico pueden reflejar realidades no coincidentes. La ciencia económica, a través de la investigación en políticas públicas, estudia los impactos de medidas específicas de manera objetiva y rigurosa. Este proceso suele llevar meses o años y arrojar conclusiones parciales, pero el frenético ritmo electoral y mediático no permite sosiego alguno.
Así que, si me aceptan un consejo, abracen la complejidad de la realidad económica. A un país le puede ir “bien y mal” al mismo tiempo en función del dato que se observe, del plazo de tiempo que se considere y de los contrafactuales de política económica que se estimen. Evite la sobre-simplificación de los titulares. Decida su voto en conciencia. Y, una vez lo haya hecho, huya de mí en la jornada de reflexión.