¿Banca sostenible o banca del siglo XXI?
Banca sostenible, banca ética, finanzas verdes, sociales, de impacto… Existen múltiples denominaciones para una misma realidad: la incorporación de criterios sociales, medioambientales y de buen gobierno en la gestión, desarrollo de productos, análisis de riesgos y decisiones de inversión y financiación de las entidades financieras. Muchos se preguntan si es oro todo lo que reluce: ¿verdaderamente estas entidades apuestan por la sostenibilidad o es solo de cara a la galería? ¿hay un efecto escaparate o greenwashing en los llamados bancos sostenibles?
En nuestra universidad, junto a investigadores de la Universidad Rey Juan Carlos, hemos examinado técnicamente esta cuestión, analizando 700 estudios científicos de banca y sostenibilidad de los últimos 25 años. En primer lugar, observamos que la tendencia en número de publicaciones –y por tanto interés– en este tema es claramente ascendente. Además, mediante técnicas bibliométricas de análisis de co-palabras, comprobamos que la motivación de las entidades financieras para llevar a cabo iniciativas sostenibles ha sido en algunos casos ética (hacer lo correcto) y en otros estratégica (hacer lo correcto para conseguir objetivos empresariales).
La crisis financiera de 2008, y la caída en picado de la reputación bancaria, fue un claro detonante para implantar estrategias sostenibles. Estas se percibieron como lavado de cara y con claro escepticismo por parte de muchos, especialmente de las ONG que examinan de forma crítica el comportamiento de los bancos. Sin embargo, el estudio muestra que en los últimos años las razones éticas y estratégicas convergen, de forma que satisfaciendo las necesidades de múltiples stakeholders, incluida la sociedad en general, las entidades financieras consiguen mejorar su rendimiento.
Por otra parte, investigamos qué productos financieros ofrece la banca sostenible y en qué difieren de la banca tradicional. Los resultados señalan productos muy conocidos en el ámbito de finanzas para el desarrollo, como por ejemplo los microcréditos. Sin embargo, la banca sostenible va mucho más allá de los microcréditos: en los últimos años se ha visto un alza muy relevante en el análisis de productos financieros asociados con el medioambiente, la descarbonización de la economía y la lucha contra el cambio climático. Por ejemplo, bonos verdes, fondos de inversión socialmente responsables y fondos de impacto. Estos dos últimos también se asocian a la dimensión social de la sostenibilidad, contribuyendo a garantizar los derechos humanos, reducir las desigualdades, la vulnerabilidad y el riesgo de exclusión social.
Además de los productos típicamente sostenibles, también la actividad tradicional bancaria y los servicios financieros tradicionales pueden facilitarse en clave sostenible. De esta forma, ¿pueden los bancos contribuir en mayor medida que otros sectores a la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y del Acuerdo de Paris? ¿Es la banca tan diferente a otras industrias a la hora de difundir estos principios? Rotundamente sí. A pesar de que la actividad de los bancos es intangible –los servicios financieros no contaminan–, es cierto que sus decisiones de asignación de financiación pueden favorecer o penalizar determinadas actividades en virtud de sus compromisos sociales y medioambientales. De esta forma, al incluir los criterios sociales y medioambientales en las decisiones de financiación, de manera indirecta los bancos pueden contribuir a la difusión de los ODS y Acuerdo de París. Por otra parte, la falta de financiación constituye una de las mayores razones por las que la Agenda 2030 podría no alcanzarse. Algunos dicen que sin financiación privada el cumplimiento de los ODS es pura fantasía. Por tanto, los bancos juegan un papel muy relevante en la financiación de proyectos alineados con los SDG.
Cuestión aparte merece la consideración de cómo se miden y bajo qué criterios se enmarcan las estrategias sostenibles de la banca. En muchos casos, las entidades financieras están auto regulándose para contribuir al progreso social y medioambiental: por ejemplo, algunos bancos autolimitan las actividades que pueden financiarse. Estas listas de actividades prohibidas suelen incluir empresas contaminantes, de juego, o armamentísticas, y son un claro precursor de los desarrollos regulatorios actuales como la taxonomía de finanzas sostenibles en la UE. En otros casos, los bancos se han adherido a estándares sectoriales, por ejemplo, los conocidos Principios del Ecuador, los Principios para la Inversión Responsable o los más recientes Principios de Banca Responsable, promovidos por la ONU.
Por tanto, el consideramos que es cierto que estas estrategias promueven ventajas competitivas –por ejemplo, una mejor reputación de las entidades financieras–, sin embargo, las razones estratégicas no son incompatibles con las éticas, más bien al contrario, son cada vez más convergentes.
La concienciación de todos sobre el imperativo de un mundo más sostenible demanda empresas responsables en todos los ámbitos, y muy especialmente en aquellos sectores que asignan la financiación. Así, cada vez son más los bancos que añaden a su negocio principal la vertiente social, medioambiental y de buen gobierno. Es posible que en unos años no sea necesario distinguir entre bancos sostenibles y bancos tradicionales: todos serán sostenibles o, simplemente, no serán.