Cinco años adicionales con Erdogan: los ciudadanos turcos no han votado con el bolsillo
Pese a las encuestas que auguraban la victoria ajustada del socialdemócrata Kemal Kilicdaroglu, el pasado 29 de mayo un 52% de los ciudadanos turcos han reelegido a Recep Tayyip Erdogan como presidente. Los economistas a menudo asumimos hipótesis como que los ciudadanos votan con sus bolsillos, es decir, analizando la gestión económica de los dirigentes, pero cometemos el error de no tener suficientemente en cuenta otras variables que influyen en el voto. Las recientes elecciones turcas, tanto presidenciales como parlamentarias, lo han corroborado. Por otro lado, los encargados de elaborar las encuestas han cometido el error de fiarse de la información reunida en ciudades de gente bien conectada a las redes, sin preguntar a la población rural.
Erdoganomics: neofisherismo y finanzas islámicas
Erdogan y sus asesores se basan en los planteamientos de una corriente económica heterodoxa, llamada “neofisherismo”. Según este pensamiento, el tipo de interés real está determinado por variables exógenas al banco central, pero este último puede fijar el tipo de interés nominal para controlar la inflación. Por tanto, si el banco central sube los tipos de interés nominales, la inflación también se incrementará, y viceversa.
Este planteamiento es totalmente opuesto a las enseñanzas de los manuales de economía, basados en el principio de Taylor, según el cual hay que subir los tipos de interés nominales para combatir la inflación. De tal modo el tipo de interés real se incrementará y la demanda de crédito se contraerá debido a su alto coste, lo que desincentivará el consumo y la inversión y fomentará el ahorro. Es el principio seguido por prácticamente todos los bancos centrales del mundo, que han incrementado los tipos nominales a lo largo de 2021-2022 para mitigar las presiones inflacionistas. Sin embargo, el presidente turco trata de fijar tipos de interés bajos con el fin de estimular el consumo e inversión domésticos y las exportaciones, generando crecimiento económico a toda costa, sin importar los desequilibrios económicos que pueda ocasionar. Obviamente, también entra en juego el factor político: los tipos altos son poco populares entre la población que necesita financiación para comprar inmuebles o vehículos.
Por último, Erdogan, un político profundamente religioso, también considera que el cobro de altos tipos de interés es usura y un pecado (riba). Según la Sharia, la usura está prohibida, por lo cual la banca islámica no cobra intereses por los préstamos concedidos. Eso sí, como compensación por su servicio, los prestatarios comparten con los bancos islámicos las ganancias que generen sus inversiones.
El mandatario turco, quien ha reforzado el sistema presidencialista en detrimento de los poderes del Parlamento, desea control absoluto sobre la política económica. De ahí su empeño en despedir a todo empleado del Banco Central Turco que se oponga a sus caprichos y en colocar a gobernadores afines a sus ideas, algo que atenta contra la independencia de los bancos centrales. Desde 2019 el presidente ha despedido a tres gobernadores. El director actual, Sahap Kavcioglu, obedece cada una de las órdenes del presidente: desde 2021 la autoridad monetaria ha recortado los tipos nominales nueve veces seguidas, desde el 19% al 8,5%.
No obstante, de momento esta política de bajos tipos de interés ha causado muchos estragos en la economía turca. En tres años, el valor de la lira turca se ha desplomado casi 200% frente al euro y el dólar. Las consecuencias para la población turca de semejante depreciación son una inflación galopante debido al encarecimiento de los productos importados, dada la dependencia de la economía de la importación de productos energéticos, medicinas y productos intermedios, denominados en euros o dólares.
Esta depreciación exacerba las presiones inflacionistas derivadas de la crisis energética y alimentaria mundial. La inflación turca superó el 80% en otoño de 2023, aunque ha bajado al 44% en abril de 2023 según las estadísticas oficiales. A ello contribuye el efecto base, la moderación de los precios energéticos y el acceso con descuento a los hidrocarburos rusos que la Unión Europea ya no desea adquirir. Pero los analistas desconfían de la veracidad de esta cifra, debido a que Erdogan también realizó purgas en el instituto de estadística, TurkStat, ante la publicación de tasas de inflación demasiado altas. Según Enagroup, un grupo de expertos independientes, en el mes de abril la inflación interanual habría llegado al 105%.
La depreciación también representa un daño para muchos deudores turcos, entre los cuales se incluyen numerosos bancos y empresas, que habían contratado préstamos denominados en divisas. Los inversores extranjeros occidentales tratan de retirar fondos de un país que aplica una política imprevisible y poco convencional basado en tipos de interés reales negativos y regulaciones económicas. Y las agencias de calificación han degradado la calificación crediticia del Gobierno turco. Pese a haber estrechado lazos con países de Oriente Medio y China, en 2022 un 90% de la inversión extranjera directa procedía países occidentales.
Durante la campaña electoral el Banco Central Turco trató de mitigar la depreciación vendiendo reservas de divisas e implantando controles de capitales. Esta política resulta insostenible debido a que las reservas se encuentran en valores mínimos y a la fuerte demanda de moneda extranjera ante las constantes balanzas por cuenta corriente deficitarias.
Factores detrás de la victoria de Erdogan
Pero los ciudadanos turcos no castigaron suficientemente al jefe de estado ante este panorama económico. A pesar de los desequilibrios monetarios y externos, la economía turca seguía creciendo en los últimos tres años pese a la pandemia y la guerra de Ucrania.
El presidente fue exitoso en desviar la atención del caos económico, celebrando el descubrimiento de yacimientos de gas en el mar Negro, conduciendo el primer vehículo eléctrico de fabricación nacional o inaugurando la primera planta nuclear turca. Además, prometió incrementar el salario mínimo y subir el sueldode los empleados públicos un 45%. Tampoco escatimó en gastar fondos en subvencionar las facturas de gas de la población y en comenzar la reconstrucción de las zonas más afectadas por los terremotos de febrero. Todas estas medidas fortalecieron las redes clientelares del partido de Erdogan.
A ello se unió la baja carisma del líder de la oposición, Kemal Kilicdaroglu. De hecho, el rival designado por la oposición para enfrentarse a Erdogan no fue en principio Kilicdaroglu, sino Ekrem Imamoglu, el popular alcalde de Estambul. Pero en diciembre fue condenado a prisión por insultar a figuras públicas del gobierno, lo que permitió a Erdogan deshacerse de un rival directo. Tampoco ayudó el hecho de que la televisión estatal turca (TRT) concedió casi 33 horas a Erdogan en campaña electoral, mientras que Kilicdaroglu solo contó con poco más de media hora. No hay que olvidar que familiares y socios de Erdogan son propietarios de muchos medios de comunicación y están supervisados por el jefe de prensa del palacio presidencial.
Además, el opositor representa el sector secularista de la población, heredero de Kemal Ataturk, y amistoso con el partido izquierdista y prokurdo. La población nacionalista y religioso, sobre todo en medios rurales, no podía tolerar un jefe de estado poco religioso y con alianzas informales con los kurdos. Erdogan es todavía visto como un héroe nacional que luchó contra el laicismo impuesto y permitió a las mujeres musulmanas llevar el pañuelo en las instituciones educativas y estatales. Por tanto, los factores étnicos y religiosos tuvieron un peso determinante en las elecciones en detrimento de decisiones y mecanismos macroeconómicos difíciles de comprender para la mayoría de los votantes.
¿Los últimos cinco años de Erdogan?
Durante su discurso de victoria, Erdogan admitió que la inflación era problema prioritario, pero señaló que los tipos de interés se redujeron al 8,5% y ello reduciría los precios. Por tanto, nada indica que vaya a cambiar su política monetaria y el control que ejerce sobre el banco central, al menos de momento.
Ante una inminente crisis de balanza de pagos. el jefe de estado podría solicitar ayuda al Fondo Monetario Internacional, pero esta decisión parece improbable debido a las reformas económicas estructurales que el organismo internacional impone a sus prestatarios y que restarían poder a Erdogan. Por tanto, el mandatario turco estrecharía lazos con otros países autoritarios, como China, Arabia Saudí o Qatar.
Erdogan también está dispuesto a colaborar más con Putin, denominado “querido amigo”, pese a ser miembro de la OTAN. Su posición respecto a la guerra en Ucrania es un tanto ambigua, pues ofrece armas a Ucrania, pero al mismo tiempo ha comprado gas y petróleo rusos o suministra semiconductores a Rusia. Y reiteró que seguiría vetando la entrada de Suecia en la OTAN por dar asilo a separatistas kurdos exiliados.
De acuerdo con la Constitución turca, Erdogan no podrá ser reelegido presidente en las próximas elecciones de 2028 tras haber finalizado dos mandatos. Además, se comenta que su estado de salud es delicado y tenga que ceder el poder al personal de su confianza si su enfermedad empeora. En dicho caso, la inestabilidad política de Turquía podría unirse a las turbulencias económicas.