Sarajevo, Kiev y viceversa

El 28 de junio de 1914 morían asesinados en Sarajevo el archiduque Francisco Fernando de Austria, heredero de la corona del Imperio austrohúngaro, y su esposa, la duquesa Sofía Chotek. El magnicidio, perpetrado por un joven nacionalista serbio, Gavrilo Princip, es considerado de forma unánime como el detonante de la I Guerra Mundial. Sin embargo, las verdaderas causas que llevaron al mundo a un conflicto como jamás antes se había conocido son más complejas y profundas. De hecho, todavía generan importantes controversias entre los historiadores.

En la asignatura de Economía Politica Internacional solemos decir cada año a nuestros alumnos que lo importante de la I Guerra Mundial son sus efectos y no tanto sus causas. Y al hablar de efectos, no nos referimos sólo a los veinte o veintidós millones de muertos que causó la contienda, entre militares y civiles; tampoco al reguero de destrucción que dejó en amplias zonas de Bélgica, Francia, norte de Italia, Rusia o los Balcanes. Hablamos de consecuencias de mayor impacto en el tiempo, como la humillación de Alemania en Versalles que dio lugar al auge del nazismo y que fue el preludio de la II Guerra Mundial. También los conflictos árabe-israelí o de Irlanda del Norte o la serie de sangrientas guerras que destrozaron la antigua Yugoslavia en los años 90 tienen sus raíces en los acontecimientos que tuvieron lugar en Sarajevo aquella mañana de verano de hace más de cien años.

Todo esto viene a colación porque en estos últimos dos meses la población de medio mundo ha asistido atónita a una serie de declaraciones altisonantes, de informaciones contradictorias y de diálogos para sordos entre líderes mundiales que finalmente desembocaron en el ataque de Rusia a Ucrania el pasado 24 de febrero. Al igual que sucedió en 1914, cuando lo impensable – que estallara una guerra de larga duración y de consecuencias catastróficas, acabó finalmente sucediendo, es difícil de entender como hemos llegado a un punto en que las armas vuelven a hacerse oír con fuerza en Europa y las amenazas nucleares resuenan con estremecedora energía en las portadas de los periódicos y los telediarios.

Quizás necesitemos cien años para entender con cierta claridad cómo hemos llegado a esta situación. Quizás nunca lleguemos a saberlo con certeza. De lo que si podemos empezar a hablar hoy con una cierta seguridad, cuando todavía no se ha cumplido una semana del estallido del conflicto, es de los resultados desastrosos que se empiezan a entrever: el desplome de los mercados bursátiles en todo el mundo, el encarecimiento de materias primas claves, como el petróleo o el gas natural, y en general la repercusión que el conflicto tendrá en la ya de por si maltrecha economía global tras dos años de parálisis a causa de la pandemia de COVID. Y todo eso, sin empezar apenas el recuento de los muertos civiles y militares que el conflicto está causando, y que ya se cuentan por miles, y el reguero de refugiados que tratan de huir de las zonas de conflicto y que sin duda dará lugar a una nueva crisis humanitaria de dimensiones extraordinarias en pleno corazón del continente.

También se empieza a hablar de una nueva Guerra Fría, de un nuevo Telón de Acero cayendo sobre Europa. De cómo los problemas de desigualdad y pobreza en los países en vías de desarrollo pasarán a un tercer o cuarto plano. De como en Taiwán miran de reojo a China y de que no hay agencia de noticias que no esté revisando en profundidad sus archivos en busca de datos sobre la Crisis de los Misiles en Cuba en 1962. ¿Qué va a pasar ahora con temas tan importantes como el cambio climático? Nadie lo sabe.

En la asignatura de Economía Politica Internacional solemos decir a nuestros alumnos que para entender el presente y el futuro es necesario entender el pasado. A veces, no obstante, es muy difícil entender nada de nada.