Erdoganomics: el ocaso de de la economía turca
Históricamente, Turquía se ha erigido como una de las democracias más prósperas y abiertas dentro del mundo árabe siendo incluso posicionada como una de las promesas económicas del siglo XXI. Prueba de esta condición lo acredita su fuerte crecimiento económico que, de media, entre 1999 a 2019 se ha situado en torno al 5% en términos reales (Banco Mundial, 2023); cabe destacar que en este crecimiento prologado durante dos décadas el impulso gubernamental ha poseído gran importancia.
Al igual que en el caso de los tigres asiáticos, el Estado adoptó en Turquía un papel desarrollador, financiando la construcción de infraestructuras tales como carreteras, aeropuertos y puertos marítimos que permitieron mejorar la interconexión dentro del vasto territorio turco.
Mejorar su interconexión se situaba como objetivo esencial dentro del desarrollo del país dada la importante situación geoestratégica que ocupa Turquía dentro del mapa, esta situación ha permitido al país otomano mantener una influencia prácticamente natural sobre Medio Oriente, el Cáucaso, los Balcanes y el mar negro. Precisamente esta área de influencia le permite disfrutar de una centralidad estratégica entre el viejo continente y Asia, controlando puntos estratégicos del comercio internacional como los estrechos del Bósforo y Dardanelos. Esta importancia e influencia de la que goza Turquía tanto en el plano comercial como en el político se plasma en las diferentes membresías del país; actualmente Turquía es miembro fundador de las Naciones Unidas, el Consejo de Europa, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el G20, la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) y un importante aliado estratégico de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Pese a poseer todos los alicientes para convertirse en una potencia económica de gran relevancia dentro del orden mundial, la debacle económica del país se ha acentuado en los últimos años. Dicha debacle, parece tener su origen en la política económica del presidente Recep Tayyip Erdoğan quien en los últimos años ha radicalizado sus medidas económicas inspiradas fundamentalmente en la ley islámica. Los principios sobre los que se asienta la economía islámica proceden de un conjunto de leyes sociales, políticas, económicas y culturales de sociedades musulmanas que recibe el nombre de shariah, la shariahtiene su origen en las leyes del Corán cuya interpretación y transmisión correspondió al profeta Mahoma. De esta forma existe un amplio espacio a la interpretación de sus palabras sin embargo de acuerdo con los teóricos el fin último es el mismo: cumplir con las exigencias de Alá.
Inflación: El mayor desafío
Tal y como muestra la tendencia de la gráfica, el IPC ha sido una de las mayores complicaciones con las que el gobierno turco ha debido de lidiar estos últimos años. Desde 2017, la tasa de inflación de Turquía se ha mantenido constantemente alta. Tras el confinamiento, la tasa de inflación alcanzó un máximo histórico del 19,60% en 2021, sin embargo, este máximo sería incrementado hasta el 64,27% en diciembre de 2022 (TSI, 2023). Las causas profundas de la inflación en Turquía son variadas.
En primer lugar, la pérdida de valor de la lira turca es una de las principales causas. Desde 2016, la lira turca ha perdido valor rápidamente frente al dólar estadounidense y otras divisas importantes. La imprevisibilidad política, los enormes niveles de deuda y un importante déficit por cuenta corriente son solo algunas de las variables que han contribuido a esta depreciación, lo que ha impulsado de la misma forma una dolarización de los depósitos bancarios. La confianza en la lira turca y en la credibilidad del banco central disminuyó considerablemente durante el año 2020, lo que se reflejó en una depreciación de la moneda turca de casi el 40% en comparación con el dólar estadounidense en los primeros diez meses del año. Además, la dolarización de los depósitos bancarios también se incrementó y alcanzó alrededor del 60%. (FMI, 2021)
De igual manera, tanto los artículos importados como los esenciales son ahora más caros debido a la depreciación de la lira; conllevando así un descenso del nivel de vida del ciudadano medio. El poder adquisitivo de la lira turca ha disminuido debido a la inflación, lo que dificulta que los ciudadanos puedan permitirse cubrir necesidades como la alimentación y la salud, subcomponentes del IPC, que alcanzaban el 69,33% y el 70,08% en febrero de 2023. (TSI, 2023)
El aumento del gasto público en Turquía es otro factor importante que contribuye a la inflación. La deuda pública ha aumentado considerablemente como consecuencia de las recientes políticas presupuestarias expansivas del gobierno turco. Además, la administración ha ampliado los salarios del sector público y el gasto social focalizado, favoreciendo a ciertos sectores sociales, que posteriormente apoyen electoralmente al actual presidente. La política adoptada también contribuyó a acentuar las desigualdades al generar un aumento en la inflación y en la concesión de préstamos al consumo a tasas subvencionadas para los segmentos relativamente acomodados de la sociedad.
Tipos de interés y economía islámica
En 2017, Turquía atravesaba un periodo de rápido crecimiento económico, impulsado por un entorno de bajos tipos de interés que incentivaba el endeudamiento y la inversión. Sin embargo, este crecimiento estuvo acompañado por la inflación, que aumentó a niveles de dos dígitos, amenazando la estabilidad macroeconómica. El banco central respondió subiendo gradualmente los tipos de interés, del 8% a principios de 2017 al 24% en septiembre de 2019.
Sin embargo, el entorno de tipos de interés elevados provocó una ralentización del crecimiento económico y un aumento de los costes de los préstamos, lo que provocó un descenso de la inversión y del gasto de los consumidores. Esta situación se vio agravada por la pandemia de COVID-19, que provocó una contracción significativa de la economía, lo que llevó al banco central a bajar los tipos de interés a principios de 2020, del 12% en diciembre del 2019 al 8,25% en mayo del 2020. En septiembre del 2021 se inició una política de reducción de las tasas de interés que en realidad fue el comienzo del nuevo modelo económico, que posteriormente se conoció como el Modelo Económico Turco.
La tensión entre el gobierno y el banco central también ha complicado la situación, ya que el gobierno aboga por tipos de interés bajos para promover el crecimiento, mientras que el banco central intenta mantener la estabilidad subiendo los tipos para controlar la inflación provocando hasta tres cambios de ministro de Finanzas y Tesoro. En julio de 2018, fue nombrado Berat Albayrak, antiguo ministro de Finanzas y yerno del presidente Recep Tayyip Erdoğan. Firme defensor de los tipos de interés bajos y contrario a la teoría económica dominante, Albayrak compartía la creencia de Erdoğan de que los tipos de interés altos conducen a la inflación.
Uno de los aspectos menos discutidos de la política económica de Erdoğan es la influencia de sus creencias religiosas en su toma de decisiones. Erdoğan es un ferviente musulmán, y ha afirmado en numerosas ocasiones que su fe es la guía para su toma de decisiones políticas; el presidente contempla el hecho de cobrar intereses como una usura y pecado de acuerdo con la sharia. Es importante destacar que la política de bajos tipos de interés no es en sí misma una mala idea, sin embargo, el problema en Turquía es que Erdoğan ha llevado esta política a extremos peligrosos. La tasa de inflación ha aumentado constantemente en los últimos años, y el valor de la lira turca ha disminuido significativamente frente a otras monedas.
Erdoğan ha argumentado que la tasa de inflación se debe a la "conspiración" de banqueros y especuladores extranjeros, y ha tratado de combatirla con medidas que muchos economistas consideran contraproducentes, como la imposición de controles de precios y la promoción del consumo interno. Además, su política de bajos tipos de interés ha llevado a un aumento del endeudamiento de las empresas y del sector público, lo que podría tener graves consecuencias a largo plazo.
Confianza inversora
La difícil situación que experimenta el país junto a una creciente inflación ha incrementado de manera vertiginosa la desconfianza inversora, fomentada de igual manera por la reducción del ratingde las principales agencias de calificación. Esta desconfianza ha llevado a los Credit Default Swaps (CDS en adelante) a ser denominados con B+. Los CDS se cotizan en spread, que es una prima anualizada en puntos básicos. Esta prima aumentará si la percepción de los inversores sobre la posibilidad de un incumplimiento del deudor de referencia (en este caso el gobierno turco) cambia. Podemos observar que dicho spread alcanzó un máximo de 897,776 puntos básicos el 14 de julio del 2022.
El país debe continuar haciendo frente a diversos desafíos muy demandantes de financiación que ascienden al 24% del PIB en el periodo de 2021 a 2026, se prevé que las necesidades totales de financiamiento externo de Turquía en bruto (que ascendieron a 211 miles de millones de dólares en 2020, equivalentes al 29,4% del PIB y al 226% de la renta bruta disponible) representen alrededor del 24% del PIB durante el periodo de 2021-2026. Esta situación podría exponer a la economía a riesgos de liquidez, especialmente considerando que las reservas internacionales son bajas; desde 2012 estas han caído un 29% hasta los 71 miles de millones de dólares. Además, la gran cantidad de eurobonos que vencen durante el mismo periodo podría generar riesgos de refinanciamiento.
Conclusiones
El gobierno turco ha dado prioridad a los beneficios políticos frente a la estabilidad económica, lo que ha debilitado la confianza de los inversores y mermado las reservas de divisas. La interferencia del gobierno y del presidente en las actividades del banco central y la resistencia a promulgar reformas estructurales han perjudicado aún más las perspectivas de la economía de la nación.
El pueblo turco se ha visto gravemente afectado por la catástrofe económica, especialmente el de bajos ingresos. El nivel de vida ha bajado como consecuencia del encarecimiento de los productos y servicios esenciales, y el aumento de los costes de importación es consecuencia de la debilidad de la lira. Además, el desempleo ha aumentado, especialmente en los sectores del turismo y la construcción, provocando un grave malestar social y político.
La confianza de los inversores se ha visto aún más erosionada por las intervenciones del presidente en las operaciones del banco central. La resistencia del gobierno a promulgar cambios estructurales es otro factor de la actual recesión económica. Problemas significativos como la corrupción, la ineficacia de la burocracia y un sistema jurídico inadecuado no han sido abordados por el gobierno. El carácter islámico de la economía turca sesga las decisiones de su presidente el cual lleva a cabo medidas contrarias a la lógica económica y financiera, como la bajada de los tipos de interés en un contexto inflacionista.
Para recuperar la confianza de los inversores y aplicar las reformas que se necesitan desesperadamente, hay que tomar medidas inmediatas. El gobierno debe ocuparse de problemas graves como la corrupción y la ineficacia, y llevar a cabo reformas estructurales. Todo ello bajo un clima electoral, que se celebraran el 14 de mayo del 2023, en el que priman los anuncios electoralistas frente a las soluciones y actuaciones del ejecutivo.