Navidad 2020
A pocas semanas de la Nochebuena, mucha gente pregunta ¿Será posible celebrarla en familia? Como en tantas ocasiones no hay una respuesta sencilla, no vale el sí, tampoco es válido el no.
Sí o no. La tendencia a dicotomizar, muy presente en este tiempo, hace que sea complicado explicar que, ante una situación compleja, no siempre hay respuestas sencillas. La política, por desgracia, está ayudando más bien poco en esta situación: en lugar de llegar al entendimiento, los ciudadanos contemplamos con cierto estupor la falta de acuerdos que permitan salir de una crisis cada vez más presente, y que se agrava a cada golpe de prohibición. Los políticos y sus declaraciones copan las noticias, dejando huérfanas las ideas eficaces que permitan caminar hacia una salida que debiera haberse planificado entre todos.
Recuerdo a un profesor de Psicopatología que, al llegar al aula, en una de esas magníficas clases magistrales que se fijan en la memoria, donde casi dos centenares de alumnos guardábamos un silencio absoluto, dibujó una línea, muy recta, con tiza, desde un extremo a otro de la pizarra. El trazado se escuchó con todo detalle, y la explicación fue breve, pero completa: si nos situamos ante la realidad de un paciente, o cualquier persona, la situación vivida, sea ante la enfermedad, la opinión, o incluso el pensamiento político, siempre será variable. En lo habitual, nunca permanecerá inmóvil en un punto: decía que solamente quién no sepa escuchar, o quién, de manera patológica, sea inalterable ante cualquier estímulo exterior, podrá moverse en su postura y aceptar el diálogo como camino hacia el cambio.
Una de nuestras profesoras de Salud Comunitaria explica en el aula la variedad de la escala de grises que va entre el blanco y el negro, y la gran paleta de colores a la hora de afrontar cualquier problema de salud en la población. Ante problemas complejos, soluciones que deben darse desde muchas perspectivas: con Covid19, hemos de trabajar desde el laboratorio y la virología, para el desarrollo de vacunas y medicamentos eficaces, desde la medicina intensiva, para el manejo de la enfermedad en estadios avanzados, desde Atención Primaria, para el control de pacientes con síntomas leves y con una perspectiva familiar, desde la Salud Pública, para el control epidemiológico, desde la Educación para la Salud, para hacer que los cambios en cuanto al la higiene, el lavado de manos y el uso de mascarillas, sea el adecuado. Más allá de la salud, donde dejamos las especialidades que tratan a pacientes de todo tipo de patologías, tanto agudas como crónicas, están las perspectivas económicas, de movilidad, laborales y de consumo, y todas ellas, de una u otra manera, afectan a las personas.
Pero no queda ahí eso: sin una perspectiva cultural y social, nada de lo que hagamos será eficaz. Los determinantes sociales en salud son clave en esta pandemia, y pocas son las voces que se escuchan en este sentido. También se basan en ciencia, y se deben considerar como tal: la aparición o la exacerbación de enfermedades mentales, la sensación de soledad. La presencia de la tristeza, como respuesta ante una situación adversa de pérdida, tanto de seres queridos, como la incertidumbre ante un futuro que se dibuja incierto, no solamente en el área de salud, que parece cada vez más encaminado hacia la resolución, sino en el área social, económica y laboral a una escala global y que provoca a su vez, problemas de salud, como ejemplo, las adicciones.
Ante cualquier crisis social, aumenta el consumo de drogas: “Los grupos vulnerables y marginados, los jóvenes, las mujeres y los pobres pagan el precio del problema mundial de las drogas. La crisis del COVID-19 y la recesión económica amenazan con agravar aún más los peligros de las drogas, cuando nuestros sistemas sociales y de salud han sido llevados al límite y nuestras sociedades están luchando para hacer frente”, en palabras de la directora ejecutiva de UNODC, Ghada Waly.
Volviendo a la Navidad, no podemos dejar que se dicotomice el consejo de cómo celebrarla, o de si hay que celebrarla o no. La llamada a la responsabilidad individual es clave: las reglas que hemos de seguir hasta este momento, hemos de “estirarlas” si vamos al encuentro familiar y de amigos. Conocer la situación de posible fragilidad de cada uno es clave, además de los consejos que estamos escuchando: distancia en la mesa, colocación en la misma por grupos de convivencia, ventilación continua y reducción (y adaptación) de la interacción afectiva lo más posible.
La máxima que podemos adoptar pudiera ser la de la inacción, la de esperar a que alguien venga a solucionar nuestros problemas, o bien, muy al contrario, asumir que cada uno de nosotros somos actores del cambio, protagonistas de la salida de esta crisis, con responsabilidad, con el esfuerzo del trabajo y con la esperanza de un tiempo mejor, que es lo que caracteriza este momento.